Oaxaca, tierra de tradiciones profundas y guardianes de la cultura, enfrenta un reto que atenta contra los valores que nos definen como sociedad. Flavio Sosa, una figura marcada por los eventos de 2006, ha sido designado para un puesto clave en la defensa de nuestra identidad cultural. Esta decisión provoca una pregunta inevitable: ¿cómo puede alguien que simbolizó conflicto y destrucción asumir ahora la custodia de lo que representa nuestra esencia?
En 2006, Oaxaca vivió una de las etapas más oscuras de su historia reciente. El estado sufrió pérdidas económicas, sociales y culturales sin precedentes. La destrucción de estaciones de radio y televisión, festivales como Humanitas y Eduardo Mata, la quema del paraninfo de la Facultad de Derecho de la UABJO, y el recinto del Tribunal Superior de Justicia son heridas que aún duelen. Esta crisis afectó profundamente a la sociedad oaxaqueña, dejando una huella imborrable en la memoria colectiva. Flavio Sosa, protagonista de este periodo, es recordado como uno de los responsables de esta desestabilización.
Hoy, el nombramiento de Sosa genera indignación y cuestionamientos. ¿Qué pensarían Francisco Toledo, Arcelia Yañiz o Andrés Henestrosa, quienes dedicaron su vida a preservar y exaltar la riqueza cultural de Oaxaca? Toledo, incansable defensor del arte y el medio ambiente, sin duda levantaría la voz ante lo que podría interpretarse como un agravio a su legado y al de toda una generación de oaxaqueños comprometidos con la cultura.
La cultura no debe ser rehén de intereses políticos ni de decisiones que ignoran el sentir popular. Esta designación es percibida como un golpe a los principios de quienes trabajan diariamente para proteger nuestras tradiciones, a los artesanos que preservan técnicas ancestrales y a las generaciones que luchan por mantener viva la identidad oaxaqueña.
Es hora de alzar la voz. Oaxaca merece líderes con integridad, con un compromiso genuino hacia la cultura y un pasado que inspire unidad, no división. La memoria, la dignidad y la riqueza de nuestro pueblo no deben estar en manos de quienes han sido símbolo de caos y destrucción.
Yo sí alzo la voz por la cultura de Oaxaca, y sé que muchos comparten esta indignación. Oaxaca necesita respeto, y es nuestra responsabilidad exigirlo. ¡No guardemos silencio cuando lo que está en juego es nuestra esencia misma!
Miguel Perez Garcia
